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martes, 27 de marzo de 2012

1975

Corría 1975 y la tormenta de la Revolución Cultural había amainado un poco. Las personas recuperaban parte de su coraje. Un día, mientras andaba en bicicleta por la avenida Hua Shan, cerca de mi casa, me encontré con un hombre de aspecto sospechoso en la puerta de una casa de fotos. Tenía un libro en la mano y decía, murmurando en forma casi inaudible, que lo vendía. Yo quería ver el libro, pero él seguía agarrándolo del otro extremo, temiendo que yo no deseara comprar sino denunciarlo. Denunciar a otros, acusar, traicionar, eran acciones corrientes por aquel entonces, ensalzadas y promovidas a nivel nacional. Sobre cualquier cosa se podía montar una acusación. Por ejemplo, por alguna razón te habías pasado los últimos días delante de la ventana, mirando hacia afuera, y en seguida había alguien que iba a denunciarte.

Le dije: quiero ver primero, además no te conozco. Este argumento lo tranquilizó y soltó el libro. Después de tantos años de censura de libros, ya me había entrenado en la habilidad de leer salteado y velozmente (yimushihang, 一目十行,una mirada diez renglones), con un vistazo rápido ya sabía de qué se trataba. Leer era, por entonces, una actividad subterránea, los amigos se pasaban unos a otros, en secreto, los libros. ¿Cuáles eran los libros prohibidos? Sueño del cuarto rojo, Resurrección, Fausto, Poemas de Zhimo... Carajo! El contenido podía ser La guerra y la paz, de Tolstoi, pero envuelto en una tapa de cuerina donde se leía: Física. Tenías que terminar de leerlo en dos o tres días y en seguida devolverlo. Una vez leí en cinco días los cuatro volúmenes del “Jean Christophe”, llenando a la vez una libreta entera con extractos y sin dejar de comer, dormir, trabajar.

Pasaba rápidamente las páginas del libro que tenía en las manos: la tapa era verde, el autor un tal Tagore, el título Pájaros perdidos. En las páginas de adentro ya había varios subrayados rojos, leí un fragmento rápidamente: “Si llorás por haber perdido el sol, pronto vas a perder también las estrellas”. “Los pájaros del verano vuelan hasta mi ventana y cantan, luego se alejan volando”. “Las hojas amarillas del otoño no tienen canto, solamente caen con un suspiro”. Al leerlo se me puso la piel de gallina (xuerou hengfei, 血肉横飞,sangre carne volar hacia los costados). En el ambiente lingüístico de esa época, versos así realmente ponían la piel de gallina. El oro bailaba sobre las páginas! Utilizaba los sonidos de la naturaleza para hablar de la fragilidad. ¿Y cómo era, en contraste, la lengua a nuestro alrededor? Un póster de letras grandes (dazibao) criticando a mi padre: “Cárcel para el agente del guomindang tal tal tal...”. Cuando mi padre estudiaba en la Universidad Central de Nanjing había organizado un grupo literario: el Grupo del Camello. Eso lo convertía en un agente.

El precio original del libro era 15 centavos, pero el muchacho lo vendía a 3 renminbi: 20 veces más caro! Y mi sueldo era de 15 reminbi. Compré el libro más caro de mi vida. Lo escabullí bajo la remera y me fui en la bici a toda velocidad, temiendo que me agarraran: el contenido de ese libro era, sin duda, contrarrevolucionario. Cuando lo terminé de leer, se lo pasé sigilosamente a otros amigos, a todos les gustó mucho y decidimos hacer copias: compramos papel encerado, y usando un viejo mimeógrafo hicimos doce copias en secreto. Creo que tuve mucha suerte de encontarme con Tagore en ese momento, era el poeta más adecuado para mis 21 años. Cantaba a la naturaleza lleno de un espíritu sagrado y todas las cosas tenían un alma, lo cual coincidía con la experiencia espiritual que me había dado la meseta de Yunnan. Yunnan es una tierra primitiva y simple, en cada una de sus tribus habitan multitud de dioses; los ríos, las montañas, los bosques, los animales, son todas encarnaciones de la divinidad, y ni siquiera el estruendo de de la Revolución Cultural era capaz de desterrarlos. Ellos ya estaban en mi joven corazón, y la lectura de Tagore sólo hizo que emergieran. Tagore fue para mí un enviado de los dioses.

Yu Jian (extraído del blog)

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