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martes, 22 de junio de 2010

Invierno





Este es el momento en que el pelo se vuelve blanco, el momento en que la constelación de Orión pasa cerca nuestro, las almas se deshidratan y la nieve cae fuerte sobre la oficina a la entrada de la fábrica, una muchacha sentada recibe una invitación y atraviesa el suelo del salón de baile con sus luces fantasmagóricas, un escritor aficionado deja de escribir, y comienza a preparar el alimento para los gorriones del amanecer.

La nieve cae, la bosta de caballo se congela. El contador de pueblo bailando entra a la ciudad.
Un gato se detiene a medio camino, se debate utilizando dos voces.

Un cuadro no comprendido durante la infancia permanece incomprensible.

El taxi cubierto de nieve parece un oso polar. Su motor está roto, la temperatura ha bajado hasta cero. No soporto verlo rendirse, por eso escribo con un dedo en su ventanilla: “Te amo”. Cuando mi dedo se desliza por el vidrio este emite un ruidito “chchch” de felicidad, como una muchacha que, esperando un beso, despide un brillo.

Las enfermedades no se ponen de moda en el invierno, las enfermedades tiene su propio plan.

La canilla congelada ahorra cada gota de agua; el mar congelado nos ahorra nuestra muerte.

Cada vez que me despierto en medio de la noche, justo es el momento en que el fuego de la estufa acaba de apagarse. Bajando de la cama descalzo camino hacia la estufa, juego con las tenazas hasta que la llama (que se había ido sin despedirse) regresa al mundo con un chisporroteo, entibiando el aliento y la saliva de la noche. Para el hombre que ahora está soñando con una manada de lobos, mi fuego puede ser su salvación. Tengo ganas de decirle: que incluso en el corazón del invierno el fuego sigue quemando; que si la manada de lobos le teme al fuego, sin duda, es porque entre ellos hay alguien que en el pasado se quemó con fuego.

Héroe que irrumpís en mi cuarto rompiendo la puerta: podés llevarte el dinero que guardo bajo mi cama, podés llevarte el fuego de mi estufa, pero no podés llevarte mis ojos ni mis pantuflas- no podés simular que sos yo viviendo en este mundo.

Una dirección sin nombre y apellido me deja largo rato en silencio, una cara ha sido olvidada, y sin embargo: otra vida, otra manera de pasar el tiempo, ha creado la sangre y la carne de otra parte mía. Con la dirección en la mano camino por la calle llena de viento y nieve, ¿por qué persona seré rechazado o bienvenido?

Restos de flema: señal de vida.

El frío ha subestimado nuestra resistencia.

Xi Chuan
Traducción Miguel Angel Petrecca

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