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martes, 14 de diciembre de 2010

Destino





Cómo iba a saber entonces, hace diez años,
esa noche en el cumpleaños de un amigo en común
cuando me dibujaste con el índice de tu derecha
sobre mi palma izquierda el ideograma de tu nombre,
que esa marca, invisible, iba a quedar en mí,
que iba desde entonces marcado igual que un animal
para siempre. Se enfrió lo que me quemaba
y me quedé mudo, mirando por la ventanilla de un micro
los campos pelados del terrible invierno del norte,
pensando en matemáticas, en sumas y restas.
Te perdí el rastro y volví a encontrarlo de vuelta,
y a perderlo y a encontrarlo, una y otra vez:
tenías el pelo más corto, luego más largo de nuevo,
teñido de tal color, anillos en las manos,
y un tatuaje rústico con el nombre de un novio.
Todo esto pudo confundirme en la superficie
pero nunca dejé de pensar en lo que me dijiste esa noche
en el bar: otra vez tal vez, dentro de un par de años…
Pasaron diez años. Los dos seguimos escribiendo.
Leer tus poemas, cada vez más hermosos, me da escalofríos,
me emociona. Las hojas están bailando en la esquina
para recibir la primavera, los pájaros cruzan el cielo,
los campesinos instalan en las esquinas de la ciudad sus puestos
con fruta. Envuelto en la humareda leve del te
leo un destino ambiguo en las líneas de mi mano.

Meng Jiasheng

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