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domingo, 17 de febrero de 2013

Pekín o Beijing



 Beijing o Pekín: la ciudad se presenta ya de entrada, desde su nombre mismo, inserta en una suerte encrucijada. Tan diferentes suenan estos dos nombres que parece como si se refirieran a dos ciudades, o como si al elegir uno u otro para nombrarla le eligiéramos también destinos distintos. Y sin embargo, ambos nombres son la transliteración de los mismos dos caracteres (北京), cuyo significado literal es “capital del norte”. “Pekín” es la transliteración de acuerdo con un antiguo sistema de romanización. “Beijing”, en cambio, surge del “pinyin”, el sistema de romanización adoptado oficialmente por China a mediados del siglo XX. Cada vez más, desde hace algunos años, en las noticias que se escriben sobre China “Beijing” viene ganando terreno sobre “Pekín”. Acá utilizaré alternativamente “Pekín” o “Beijing”, porque ambos nombres me parecen reflejar caras contradictorias pero auténticas de la ciudad.

 El avance del nombre “Beijing” a costa de “Pekín” puede verse, tal vez, como un paralelo de la relación entre la ciudad vieja y la ciudad moderna. Con frecuencia el viajero que llega a Beijing se instala en alguno de los distritos de los alrededores, como Chaoyang y Haidian, que en parte eran hasta hace pocos años zonas rurales o semirurales y hoy se encuentran cubiertas de rascacielos y densamente pobladas. Pueden pasar unos días hasta que, atravesando las sucesivas capas urbanas se encuentre, de golpe, con un paisaje totalmente diferente: ahí, en el corazón de la ciudad, está el viejo Pekín, cuya trama de angostos callejones que corren de este-oeste (los “hutong”) permaneció esencialmente invariable durante siglos. La ciudad alta, colorida y brillantemente iluminada se vuelve baja, casi aldeana, con sus casas de ladrillos y techos de tejas grises, sus callejones pobre pero seductoramente iluminados, y sus viejos que juegan ajedrez chino en la calle, practican caligrafía o simplemente caminan en pijama.

En el pasado, el contorno de esta ciudad antigua estaba señalado por una larga e imponente muralla de nueve puertas. La muralla no sobrevivió a las turbulencias de la política maoísta: fue demolida en 1965 para la construcción de una línea de subte y hoy solamente quedan en pie un pequeño tramo y un par de las puertas. También se demolió el muro rojo que delimitaba, dentro de la ciudad antigua, el contorno de la Ciudad Imperial, dentro de la cual, a su vez, se encuentra la Ciudad Prohibida, residencia del emperador y su corte durante la época imperial.

 Además de la demolición de la muralla, el rediseño de la ciudad antigua durante la etapa maoísta incluyó la construcción de la plaza Tian’anmen y de una serie de edificios de gobierno, de los cuales el más notorio tal vez sea el Gran Salón del Pueblo, sede de la Asamblea Popular Nacional. Se trataba, naturalmente, de ocupar y refundar de acuerdo con los presupuestos de una nueva nación, lo que durante siglos había representado en el imaginario chino el lugar mismo del poder. No es extraño, en ese sentido, que de la puerta norte de la Ciudad Prohibida cuelgue el retrato de Mao en gigantografía, un detalle que sugiere la costumbre de colocar, en una zona de la casa dedicada al culto familiar, los retratos de los antepasados. 

Fuera de esta redefinición de los espacios simbólicos, y del saldo de destrucción que la década de la Revolución Cultural significó para muchos templos y sitios históricos, la mayor parte del viejo Pekín, el Pekín de los hutong, con sus siheyuan tradicionales (casas construidas en torno a un patio central) y sus costumbres relajadas, permaneció mayormente intacto. El giro decisivo se produjo con la apertura económica iniciada a finales de los 70, y especialmente a partir de su profundización en los 90. Desde entonces, el cambio se ha acelerado vertiginosamente. Zonas enteras son asignadas, cada tanto, para la reconstrucción. Reconstrucción significa, primero, relocalizar los viejos residentes en otra zona de la ciudad, demoler las viejas casas tradicionales y construir en su lugar, en el mejor de los casos, una imitación destinada al comercio y al turismo.

 De esta progresiva desaparición del viejo Pekín habla, en parte, Gouzi, seudónimo de Gu Xinxu, un narrador nacido en Pekín en 1966 y autor de la novela “Confesiones de un tomador de cerveza”. En el cuento “Ah Peng”, Gouzi cuenta sus encuentros con su amigo “Ah Peng”, otro escritor, de una generación anterior, que obtuvo cierto nombre por su participación en los acontecimientos de la plaza Tian’anmen de 1976, cuando una multitud se reunió para Qingming jie (el día de culto a los muertos, literalmente: “Fiesta de la Claridad Pura”) en la plaza Tian’anmen con la excusa de homenajear al recientemente muerto primer ministro Zhou Enlai. El verdadero objetivo era manifestar contra la Banda de los Cuatro, un grupo de altos dirigentes, representantes de la tendencia más radicalmente maoísta, contraria a toda reforma. En el cuento, los dos amigos se juntan casi diariamente en el restaurante Tianchuan del Xi Cheng (la zona oeste de la vieja ciudad) a tomar cerveza y conversar con amigos. Cuando se emborracha, Ah Peng se pone a revolver en los baldíos vecinos, de donde vuelve con tejas y ladrillos de las viejas casas demolidas, que regala a sus amigos. Hacia el final del cuento la inminente demolición y redefinición de la zona los obliga a buscar otro lugar para sus reuniones.

 Aunque el cuento parece destilar nostalgia por la desaparición del viejo Pekín, cuando le pregunto a Gouzi al respecto me responde que, personalmente, no siente ninguna nostalgia. La precariedad de las condiciones de vida en los hutong (hacinamiento, falta de calefacción adecuada y baños públicos y poco higiénicos) implica que para los pobladores la relocalización significa, en general, una mejora. Otra es la opinión de la dueña de un café moderno del Xi Cheng, que después de señalarnos a través de la ventana unas dos manzanas valladas y en plena obra, nos dice: “Eran viejos hutong. Una verdadera lástima.”

Mientras el viejo Pekín desaparece o es reemplazado por una imagen for export de sí mismo, convertido en objeto de marketing turístico y reproducido hasta el hartazgo en infinidad de souvenirs (naipes, postales, cuadros, etc.), el nuevo se sigue expandiendo aceleradamente hacia las afueras. En los numerosos shoppings que se repiten por toda la ciudad, la Navidad parece no haber terminado. Los negocios están repletos de gente que a pesar de los más de diez grados bajo cero viene a aprovechar las liquidaciones de fin de año. La ciudad está iluminada en forma exquisita, pero no hay que esperar demasiados festejos para año nuevo. El gobierno de Beijing prohíbe el uso de pirotecnia dentro de la mayor parte de la zona urbana. Tal vez para compensar esta prohibición que a muchos les resulta irritante, se organiza una instalación lumínica. Una potente columna de luz de 5000 metros altura, diseñada por el artista Wang Jianwei, se proyecta en cielo al llegar la hora cero.

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