La señora me había visto hacía unos
minutos en la calle, parado con curiosidad frente al cartel de un anciano
taoísta de larga barba y camperón verde militar, especializado en la lectura del rostro y la
adivinación a través de los 8 dígitos. Se me puso al lado unos metros más allá,
mientras esperaba el semáforo para cruzar y me dijo: “Esos son todos unos
estafadores. Si querés podés pedirle que te adivine, por curiosidad, pero no lo
des más de 10 renminbi.” Y agregó, mientras señalaba hacia el cielo con
el dedo: “Yo creo en Shangdi. Shangdi es bueno.” Era la segunda vez en menos de
un mes que escuchaba una declaración similar de parte de un desconocido, pero
no me extrañó. Aunque la poca trascendencia que la noticia de la elección del
nuevo papa tuvo en los medios podría llevar a inferir lo contrario, la cantidad
de chinos que profesa alguna variante del cristianismo es un número vasto y que
viene creciendo en forma sostenida desde los 80, cuando el Estado viró hacia
una política de mayor tolerancia hacia la actividad religiosa. Los números
varían, pero se calcula que existen hoy alrededor de 60 millones de cristianos
en China, de los cuales unos 14 millones son católicos.
La historia
del cristianismo en China es larga y tiene varios comienzos, desde las primeras
misiones nestorianas que se establecieron en el siglo VII, durante la dinastía
Tang, pasando por la oleada de evangelización que avanzó en el siglo XIX de la
mano del colonialismo y hasta la nueva expansión de las últimas décadas; tal
vez su momento más brillante, sin embargo, esté ligado al trabajo de los
jesuitas y particularmente a la figura de Mateo Ricci, el gran misionero
italiano que en el siglo XVI viajó a China con el sueño de evangelizar al
pueblo del imperio central.
Ricci nació
en 1552 en Macerata, una pequeña ciudad
italiana ubicada dentro del dominio papal, y entró a la orden jesuita a los 19
años contra el deseo de su padre, que lo había destinado a una carrera de
abogado. Estudió varios años en Florencia y Roma y luego fue enviado a tomar
parte de una misión en la India, donde en poco tiempo la euforia con la que había
partido desde Italia cedió al pesimismo y el agotamiento. De la India fue llamado a Macao, en el sur de
China, por Alessandro Valignano, que había sido uno de sus maestros en Roma y
que planeaba lanzar desde la colonia portuguesa una misión hacia el interior de
China. Ricci empezó a estudiar la lengua y las costumbres como preparación para
su misión, y un año después partió hacia Cantón junto con Michele Ruggieri. Se
instalaron en Zhaoqing, una ciudad de la provincia de Cantón, desde donde
comenzaría un lento ascenso de casi cuarenta años, cuyo destino final fue la
capital misma del Imperio. Llegó a Pekín en el 1601 y se convirtió en el primer
occidental en entrar al Palacio Prohibido. Impresionó a los letrados chinos por
su manejo del chino clásico y por sus conocimientos de geografía, matemática y astronomía,
al punto que el emperador lo designó consejero especial de la corte, le
concedió un estipendio de por vida y le permitió fundar una iglesia.
Ricci
pensaba que China había desarrollado en el pasado alguna forma de monoteísmo, y
que ese origen monoteísta había sido alterado por la tradición posterior, hasta
derivar en una especie de humanismo ateo.
“Yo, Matteo, dejé mi país siendo joven y viajé por el mundo entero. Descubrí
que las doctrinas que envenenan las mentes de los hombres habían llegado hasta
los últimos rincones de la tierra. Pensé que los chinos, puesto que son la
gente Yao y Shun, y los discípulos del
Duque de Zhou y Zhongni, no debían haber cambiado las doctrinas y enseñanzas
acerca del cielo y no debían haber permitido nunca que resultaran manchadas.
Pero también ellos, inevitablemente, caían a veces en el error.” Enfrentado al
problema de traducir el concepto de “Dios”, entonces, Ricci buscó equivalentes
dentro de los Clásicos chinos y terminó recurriendo a dos términos. Uno de
ellos era Shangdi, que designaba
dentro del folklore chino al emperador celestial, una antigua deidad que
aparece ya inscripta en los caparazones de tortuga de la dinastía Shang, unos
2000 años a.c. El segundo término elegido, que aprovechaba la palabra tian (cielo), otro antiguo concepto de
la cosmología y el pensamiento chino, era tianzhu
(señor del cielo). Estas estrategias
de traducción de Ricci eran congruentes con el pensamiento misionero jesuítico,
que entendía la misión como un gesto de inmersión en la cultura a evangelizar,
lo que significaba estudiar y entender la lengua y la cultura ajena y
eventualmente adaptarse a ella. Un ejemplo de esta actitud aparece en sus
Diarios cuando cuenta que, al dibujarles un mapa de la tierra, por deferencia a
la creencia tradicional de los chinos de ser el centro del mundo, “decidió arreglarlo de tal manera que el
Imperio de China ocupara más o menos la posición central.”
Ricci logró convertir al
cristianismo a algunos de los letrados confucianos con los que trabó amistad,
entre ellos a Xu Guangqi, un matemático y astrónomo de la zona de Shanghai con
el que había traducido al chino los Elementos
de Euclides. Shanghai se volvió ya desde comienzos del siglo XVII, a raíz de la
conversión de Xu Guangqi, en una de los focos de influencia del catolicismo y
especialmente de los jesuitas. Cuando a mediados del siglo XIX, luego de la derrota en la guerra del Opio, la ciudad
fue abierta como puerto libre para el comercio, una rama de descendientes de
familia Xu Guangqi que había continuado fiel al catolicismo les legó a los
jesuitas una parcela de tierra para la construcción de una catedral. La Catedral
de San Ignacio, terminada a principios del siglo XX, se convirtió en 1933 en la
sede de vicariato de Shanghai, elevado al rango de diócesis en 1946.
A partir de la 1949 y de la
fundación de la República Popular China la situación cambió. Los comunistas
consideraban a la Iglesia Católica, no sin razón, como un enemigo. El nuevo
gobierno creó una Asociación de Católicos Patrióticos de China (ACPC), que
desconocía los obispos ordenados por Roma. En 1956, Gong Pinmei, recientemente
designado como obispo de Shanghai por el Vaticano, fue encarcelado y se le dio una sentencia de por vida, mientras
la ACPC lo reemplazaba por su propio candidato. Se produjo así una especie de
cisma que continúa en parte hasta hoy, con una iglesia oficial promovida por la
ACPC, y una iglesia subterránea fiel al Vaticano, cada una con sus autoridades
y sus obispos.
Esta
historia de vaivenes se puede observar en la biografía de Jin Luxian, que a sus
97 es aún hoy una de las figuras dominantes del catolicismo chino. Antes de
pertenecer a la iglesia china oficial, Jin Luxian había sido parte del grupo en
torno al obispo Gong Pinmei que fue encarcelado por el gobierno. Pasó 27 años
en prisión y trabajo forzados, y en 1985, tres años después de ser liberado,
fue designado por la ACPC como obispo de Shanghai, sin la aprobación del Vaticano,
que había designado su propio obispo. Jin Luxian recibió fuertes críticas por
aceptar colaborar con el mismo gobierno que lo condenó a casi 3 décadas de
encierro, pero su decisión permitió en gran parte mantener el catolicismo vivo
en China, algo que el Vaticano terminó reconociéndole en los últimos años. En
el prólogo de su autobiografía, este hombre que atravesó casi toda la historia
china moderna, cuenta: “En 1933, cuando tenía 17 años, unos amigos me
presentaron al viejo patriota Ma Xiangbo, que tenía entonces 94 años de edad.
Vestía una larga túnica negra sobre la que llevaba un saco de mandarín, y
estaba sentado derecho en una silla forma. Le ofrecí mis respetos y lo felicité
por su edad. Me respondió: 94 años han pasado en un instante. En ese momento me
pregunté cómo podían pasar 94 años en un instante. Ahora yo también he llegado
a los 90, y cuando cierro los ojos y miro hacia atrás todos esos años parecen
haber pasado en un instante.”
Por la larga
y rica historia de la Orden en China, uno podría pensar que nada mejor que un
Papa jesuita para conducir a un acercamiento entre el gobierno chino y el
Vaticano, cuando ya han pasado más de 60 años desde que rompieron relaciones
diplomáticas en 1951. La historia, sin embargo, pesa menos acá que el
pragmatismo de la política, y no parece probable que China está dispuesta a
negociar las condiciones que ha planteado como necesarias para la normalización
de las relaciones: que el Vaticano rompa relaciones con Taipei y que se
abstenga de interferir en la política interna china. Ninguna de estas
condiciones parece sencilla.
Postdata
Después de
terminar la nota fui hasta el barrio de Xujiahui para ver la Catedral de San
Ignacio. Cuando llegué eran las 4 de la tarde y acababan de cerrar la entrada
de la reja que rodea el predio. Traté de convencer al guardia de la entrada de
que me dejara entrara para echar un vistazo y sacar una foto. Al lado había dos
turistas chinos, una anciana de unos 80 años y su hijo, que también habían
llegado tarde y sacaban fotos. Venían de Qingdao, una ciudad costera de la
provincia de Shandong, al norte. Quise saber si eran católicos, pero me
respondieron que habían venido sólo por curiosidad, para sacarse unas fotos. Me
fui a dar una vuelta, siguiendo por el camino que marcaban los carteles hacia
el parque que guarda la tumba de Xu Guangqi, el famoso converso y amigo de
Matteo Ricci. Doblé por error en un callejón que giraba en S y se terminaba
unos metros más allá en un paredón, así que volví para atrás y me encontré de
nuevo frente a la reja. La madre y el hijo ya no estaban, pero ahora había una
mujer de unos 60 años, rezando con los ojos cerrados. Cuando terminó de rezar
nos pusimos a hablar. Le dije que había venido a ver la iglesia pero que había
llegado tarde. “Yo te llevo, a mí me van dejar entrar por que me conocen.
Estuve rezando adentro hasta hace un rato.” Me llevó a través de la reja,
ignorando el gesto poco amistoso del guardia, y después caminamos por un
sendero que llevaba hasta una pequeña puerta lateral de madera, mientras me
contaba que hacía poco habían terminado la reparación de la iglesia. Yo quería
ver los nuevos vitrales, que según leí utilizan ideogramas chinos e imaginería tradicional,
como el fénix. La puerta ya estaba cerrada. “Acaban de cerrar. No hay caso.” En
ese momento saludó a un grupo de 3 hombres que pasaron al lado nuestro. “El que
va adelante es el padre nuevo. Es muy joven, tiene unos 40 años.” Mientras caminábamos hacia la salida seguimos
charlando y descubrí que no sabía nada sobre la elección del nuevo Papa. “El
tema de las dos Iglesias, la del gobierno y la subterránea, es muy
complicado. Hay muchas de esas iglesias subterráneas
en Shanghai. Están en contra del gobierno, por eso no entran a esta iglesia. No
es un tema fácil de hablar. ¿Cómo me hice católica? Por mi esposo. En mi
familia son todos budistas, yo soy la única católica. En cambio, en la familia
de mi esposo ya tienen varias generaciones. El abuelo ya era católico y mi
suegro además estudió teología.”
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