Yuyang (余旸)
Su
nombre original es Yu Zuzheng. Nació en 1977 en la ciudad de Xinyang, en la provincia
de Henan, al norte de China. Ingresó en la Universidad de la Industria de Ha’erbin en 1995 y a partir de 2001 se empezó
a desempeñar como investigador. Actualmente vive y da clases en Chongqing, una
de las megaciudades chinas, de alrededor de 30 millones de habitantes, ubicada
en el centro del país, cerca de la Represa de las Tres Gargantas. Como en los
dos poemas incluidos en esta antología, parte de su poesía, de tono
apocalíptico y ligeramente surreal, gira en torno a la representación del
paisaje rural chino de los últimos años, marcado por la migración masiva de los
trabajadores jóvenes hacia las ciudades.
Perros salvajes
Al entrar a
la aldea hay una luna tenue en lo alto.
Primero un
perro ladra, después todos los perros,
ah, como si
hubiera un perro en cada casa.
Tiembla el
músculo de la noche, los resortes de un colchón,
mi ventana
de madera brilla: formando una jauría
los perros
cruzan portones cerrados, campos baldíos;
al pasar
frente a mí, hijo pródigo y retornado,
se detienen
jadeando, con la mirada feroz,
luego
continúan igual que un gran viento,
convertidos
en dueños de la aldea. Soplan, en oleadas,
a través de
esos niños y sus mochilas volando en la espalda,
a través
del viejo que espera aturdido, sentado al sol, la muerte,
de esas
cuarentonas, cintura gruesa y brazos desnudos,
barro
escurriéndose, doloroso, entre los dedos.
La noche
los arropa: los calma, los arrastra hacia sus cuchas.
Los
músculos y nervios como acero, el pelo erizado, eléctrico.
Esperan la
llegada de aquel que los justifica:
el ladrón
que saquea, cada vez más osado, las casas vacías.
Un perro, a
fin de cuentas, no es rival para un hombre:
¡carne roja
de perro hierve día y noche en las ollas!
Un perro, a
fin de cuentas, no es un hombre: día tras
día, en los
campos yermos, repletos de pozos como bocas,
corren y se
revuelcan desaforados, pelean, copulan sin pudor,
sin plan
reproductivo, engendran una camada tras otra,
tras otra,
perros bastardos con su máscara en los ojos:
la mayoría
son abandonados, mueren de hambre junto a un desagüe,
o renguean,
sin una pata, tras los pasos de un desconocido.
Los otros
devoran los bebés dejados entre los arbustos.
Noche tras
noche corren en la arena, en el cruce desierto entre dos ríos.
Aúllan, y
la luna brilla sobre su pelo azul caliente.
Canción del pasto (año 2060).
Crece con
las lluvias, levantándose desde los cráneos;
tapa el
cauce de un río reseco, haciendo que los peces
de la
infancia descansen entre sus raíces maduras.
Invade
campos abandonados. Sigue creciendo,
llevando la
indefinición a todas partes.
Una lluvia
cálida tras otra lo reclama hacia el este.
Irrumpe en
las escaleras cerradas. Crece
frenéticamente,
absorbiendo aves domésticas,
haciendo
que los perros evolucionen en lobos,
y que a los
cerdos les crezcan colmillos afilados.
Pero aún no
es suficiente: sigue creciendo.
Se agrupa y
conjura de regreso, ominosamente,
las
catástrofes ya domesticadas por el hombre,
entierra
las aldeas bajo un bosque primitivo.
Los
campesinos, con sus manos negras, atrapan ratones,
dan la
vuelta y escapan hacia el sur; el pasto frenético,
canta en la
sombra y corre. Los senderos hacia la escuela
parecen
emboscadas dispuestas por un cazador.
El pasto
crece hasta sus rodillas pero los chicos,
con la
cabeza hundida en la hoja, siguen dibujando manga.
Y esos dos
que se mueven sobre la cama
bastará que
se detengan apenas para que el pasto,
frenético,
comience a brotarles de los ojos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario