Los amantes de la noche no son solo los solitarios: también están los indolentes, los hombres fuera de combate, los que odian la luz del día. Las palabras y la conducta de las personas suelen diferir radicalmente entre el día y la noche, bajo la luz del sol o la luz de la lámpara. La noche es el vestido denso y misterioso que la naturaleza teje para el día, cubriéndonos a todos por igual, proveyéndonos calor y paz. Sin darse cuenta cada uno de nosotros se quita poco a poco la máscara y las vestimentas, se deja envolver, desnudo, en esta especie de mortaja negra y sin fin.
Aunque la noche sea una, hay grados de luz y oscuridad dentro de ella. Está la luz tenue, está la penumbra crepuscular, la oscuridad en la que no vemos siquiera nuestra mano, la negrura primordial. Los amantes de la noche deben tener oídos para escucharla y ojos para verla, para ver la oscuridad aún desde adentro de la oscuridad. Dejando atrás las luces de la calle los caballeros entran a un cuarto oscuro y elongan sus cuerpos; los amantes, dándole la espalda a la luna, penetran en el follaje oscuro, cambiando súbitamente su expresión. La noche cae y destruye todas esas palabras que los señores y hombres de letras escribieron a plena luz del día sobre el papel brillante: textos altivos, textos de iluminados, textos agitados, rutilantes: sólo queda el aliento nocturno hecho de ruegos, complacencia y mentira, engaño, jactancia y falsedad, formando como un halo brillante y dorado, similar al que se ve en algunos cuadros budistas sobre las cabezas dotadas de un saber superior.
Los amantes de la noche, por tanto, aceptan la luz que les da la noche.
La muchacha moderna avanza bajo los postes de luz, enérgica y decidida sobre sus tacos altos, como si hubiera caminado sobre ellos toda su vida: sólo una gota de sudor, brillando en la punta de su nariz, la traiciona. Cuando la luz está por destruir sus pretensiones, la penumbra de una hilera de negocios cerrados le da cobijo; demora su carrera, respira, siente el alivio de la brisa nocturna.
Los amantes de la noche y las muchachas modernas, por ende, reciben igualmente los favores de la noche.
Cuando la noche se termina, las personas se levantan con cuidado y salen de sus casas. Después de las 5 o las 6 de la mañana, los esposos cambian radicalmente de aspecto, se muestran entusiastas y ruidosos. Pero detrás de las altas paredes, en el centro de los grandes edificios o en un boudoir profundo, en la prisión, en el claustro de clases, en el departamento secreto de gobierno, la noche verdadera e inquietante no se disipa.
La luz y el bullicio de ahora son el decorado de esta oscuridad, la cobertura brillante sobre la lata de carne, el maquillaje que cubre por un momento la mueca. Sólo la noche es verdadera. Porque amo la noche, en medio de la noche escribo este elogio de ella.
Lu Xun
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