En Buenos Aires, uno de mis
restaurantes chinos preferidos (y de mucha gente) es el Cinco Corderos de la
calle Las Heras, un lugar a esta altura casi de culto. Hay muchas razones por
las que el Cinco Corderos resulta memorable, pero tal vez la primera, o la que impacta
de manera inmediata tiene que ver con la atmósfera, ligeramente
irreal, mezcla de nave espacial y set de filmación, siempre medio desierto sin importar a qué hora o qué día uno vaya. Luego, sin duda, está la comida, que es
generosa y bastante próxima en muchos platos a lo que uno puede encontrar en
China (los jiaozi o ravioles, por ejemplo, o los tieban, los platos hechos a la
plancha). Pero tal vez lo más importante del lugar son las dos personas que lo
habitan: un matrimonio de chinos de la provincia de Cantón que viven en
Argentina hace más de veinte años. La mujer, que se ocupa del servicio y de
sacarle fotos a la comida, es inmediatamente querible, por su risa demente y su
hiperkinesis gratuita; el marido, por su parte, tiene dos identidades: es el
cocinero (tercera generación en la familia) pero también se encarga del
delivery: uno no necesariamente conecta en seguida estas dos identidades, pues en
su faceta de delivery se lo ve salir de la cocina ya con el
casco puesto, como una especie de super héroe, y dirigirse como una tromba hacia a la
moto. Luego vuelve y sigue cocinando como si nada. Una vez, que había estado
conversando con él y tratando que me enseñara algunos secretos de cocina, me
dijo: “El hombre tiene dos manos, dos piernas, dos ojos, dos orejas; por lo
tanto, naturalmente hay también dos sabores: lo dulce y lo salado. Eso es lo
más importante que tenés que saber.”
La biografía siempre ha sido un
género muy cultivado en la literatura china. Casi desde los comienzos de la
literatura, los chinos han tenido la afición de escribir pequeños esbozos
biográficos de personajes históricos, que luego iban a parar a la sección de
documentos históricos de las grandes enciclopedias de cada dinastía. Pero
biografías de cocineros, aparentemente, sólo hay una en toda la historia de la
literatura china imperial. La escribió Mei Yuan, un gran poeta de la dinastía
Ming que además de poeta era un gourmand: uno de sus libros más famosos es un resumen de la cocina de su época que se llama “Recetas del Jardín de Sui”). Al leer la biografía de Wang Xiaoyu, el cocinero de Mei Yuan, me acordé un poco del cocinero de los
Cinco Corderos.
(Entre paréntesis, “Cinco Corderos”
en China es otra manera de referirse a la provincia de Cantón; la expresión
viene de una leyenda, según la cual en el pasado hubo cinco inmortales que
llegaron a la provincia de Cantón montados en cinco corderos y llevando cada
uno un cultivo diferente, que le ofrendaron a la gente del lugar para
asegurarse de que nunca más hubiera hambrunas. Hoy hay una escultura muy famosa
que recuerda un poco esta leyenda).
Biografía de Wang Xiaoyu
Xiaoyu, de apellido Wang, era un
hombre de origen humilde, cocinero de carrera. Su arte culinario era de una
destreza tal que hasta las personas a más de diez pasos de distancia empezaban
a babear al ser alcanzados por el olor. Cuando llegó a mi casa por primera vez
me pidió que le indicara una lista de mis platos preferidos. A pesar de ser
amante de la comida como Ying Changhou de la dinstía Jin, yo temía a la vez que
él fuera demasiado fastuoso y le dije, suspirando: “Soy pobre y no puedo gastar
en cada comida más que una cantidad limitada.” El se sonrió y respondió:
“Prometido.” Al rato, trajo una bebida deliciosa, de un dulzor tal que tomé sin
parar hasta satisfacerme. Cuando mis visitas supieron de él, no faltó quien
trató de llevárselo.
Xiaoyu siempre iba al mercado
personalmente a comprar los productos. Decía: “Cada cosa tiene su naturaleza.
Si su naturaleza es buena, lo compro.” Después de comprar las cosas las lavaba, las calentaba y las pelaba, luego las cocinaba. Los comensales, eufóricos, satisfechos,
se ponían a bailar, no faltaba a veces quien llegaba hasta morder el plato. Sin
embargo, él no hacía más que seis o siete platos, nunca más. Cuando estaba
frente al fuego, se paraba como un pájaro, el ojo inmóvil, mirando el wok,
respirando en medio de un completo silencio. Haciéndole un gesto hacia el
hombre que manejaba el fuego, decía: “Fuerte”, hasta que el sirviente quedaba
rojo como un sol. Decía: “Lento”, y el hombre disminuía la cantidad de leña. “Esperar”,
y entonces parecía que abandonaban el fuego; pero al rato decía “Ya está listo”
y el otro tenía que apurarse a sacar la comida del fuego. Si el otro desobedecía
en lo más mínimo o se demoraba apenas, Xiaoyu se ponía furioso y comenzaba a los
gritos, como si un segundo de tardanza pudiera arruinar todo. Tiraba los
condimentos con la mano, a ojo, nunca lo vi meter el dedo para probar. Cuando
terminaba de cocinar se lavaba las manos y se sentaba, limpiaba y afiliaba sus
utensilios, que eran más de trece entre pinzas, tridentes, cuchillos, cepillos.
Guardaba todo en los cajones. A veces había alguno que recogía alguna gota que
había salpicado y se frotaba los dedos, tratando de estudiar a partir de esa
gota su secreto. Pero nadie nunca lograba imitarlo.
Cuando le pedían consejo respondía:
“Es difícil de decir. Ser cocinero es como ser médico. Tengo que analizar con
un mismo espíritu la compatibilidad entre cien sustancias diferentes, y examinar
el nivel de fuego y de agua, de manera que un solo bocado sea tan delicioso
como diez mil.” Si se le preguntaba acerca del orden de los platos decía: “Primero
van los más fuertes, en segundo lugar los más livianos; lo común debe
predominar, lo raro va entremezclado. Cuando veo que la lengua está cansada, le
doy picante para despertarla; cuando veo que el estómago está lleno, le doy
agrio para comprimir la comida.” Yo le decía: “ Manejás a la perfección los
Ocho Platos Preciosos y las Siete Formas de Cocinar; eso es lo básico en un
cocinero. Pero hacer una comida deliciosa a partir de dos simples huevos, eso
es algo fuera de común, ¿Cómo puede ser?” El respondía: “Ser capaz de lo grande
e incapaz de lo pequeño: eso es
vulgaridad; ser capaz de lo simple e incapaz de lo sofisticado, eso es falta de
talento. El sabor no está en el tamaño, no está en el valor de los materiales. Si hay talento, un par de verduras son lo suficientemente
preciosas; si no hay talento, aunque tengas tres cuartos repletos de jilgueros preservados en sal, no servirá para
nada. Los que buscan la fama cocinan platos tales como Carne asada del Mundo
Celeste, Carne disecada de Dragón cornudo, Bolas de Fénix de la Montaña del
Cinabrio, Tiburón rojo de la Laguna de
Li. ¡Qué gente ridícula!” (...).” “Con su talento, podrías estar
trabajando en la casa de una familia rica, y en cambio permanecés en el Jardín
de Sui, ¿por qué?” “Es difícil encontrar a alguien que lo comprenda a uno, pero
más difícil aún encontrar alguien que sepa apreciar el sabor. Yo me esfuerzo
con toda mi alma para dar de comer a la gente. Cuando entrego un plato entrego
también mi mente, mi estómago, mi vientre, mis riñones. Pero esas personas que tragan
y beben ruidosamente estarían igualmente satisfechas con un pedazo de madera
podrida. Gente así es incapaz de apreciarme, y con ellos mi arte también
retrocedería día a día, pues la persona que nos entiende no es sólo aquella que
conoce nuestras virtudes sino la que conoce nuestros defectos. Usted nunca ha
dejado de quejarse, incomodarme y discutirme. Pero estos tormentos son el precio doloroso que se paga por la
gloria. De esa forma mi
arte avanza día tras día. Por eso prefiero quedarme aquí.”
Xiaoyu murió menos de diez años
después. Cada vez que me siento a la mesa a comer no puedo evitar llorarlo,
recuerdo sus palabras, en las que había una sabiduría capaz de servir a un
gobierno y de hacerse literatura. Vaya esta pequeña biografía en su honor.
Excelente tu aporte Miguel Ángel, fascinante tu currículum. Te felicito y te agradezco. Publicaciones y personas así, son muy necesarias en este medio de comunicación; tan desvalorizado y corrompido por la vulgaridad y la mediocridad. Un gran saludo.
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